miércoles, 16 de febrero de 2011

Miguel Hernández no descansa

El poeta Miguel Hernández vuelve a los medios estos días por una cuestión judicial: la reclamación de su familia para poder recurrir la sentencia de muerte de 1940 contra Hernández, que fue conmutada por 30 años de cárcel. El poeta murió en la cárcel dos años más tarde. Hoy el Tribunal Supremo ha rechazado la petición al considerar que ya quedó anulada con la Ley de Memoria Histórica, que declaró este tipo de condenas opuestas a Derecho.

La vida de Miguel Hernández es conmovedora. Nacido en Orihuela (Alicante) en 1910 en una familia católica. Su padre era tratante de cabras y tenía una buena posición económica, así que Miguel fue escolarizado desde los 5 años. Siempre en colegios católicos, incluido el jesuita de Santo Domingo, donde llegaron a ofrecerle una beca de estudios, que su padre rechazó. Miguel amaba el campo y fue pastor, más por el deseo de liberarse de su severo padre que por necesidad económica.

La izquierda cultural cuenta esta historia de otro modo e inventa una romántica y falsa biografía del niño pastor explotado y autodidacto. Sin embargo, su descubridor fue el canónigo Luis Almarcha, que le prestaba libros de Verlaine, Juan de la Cruz o Miró. Al tiempo, el joven Miguel pasó a formar parte de un grupo poético en el que hizo una gran amistad con el abogado derechista y católico José Marín, más conocido en el mundo literario como Ramón Sijé, que durante años le ayudó económicamente. Sin embargo, fue el cura Almarcha el que pagó las 425 pesetas que costó la impresión en 1933 de los primeros 300 ejemplares de Perito en lunas, uno de los libros más hermosos de Hernández

En el frente durante una arenga
De Orihuela se trasládó a Madrid, donde contactó con otros poetas y escritores, entre ellos los comunistas Pablo Neruda (que reconoció su talento de inmediato, pero que se reía de él por su tosquedad y timidez) y Rafael Alberti, en este caso porque Hernández cautivó, es un decir, a la pintora Maruja Mallo mientras ésta era pareja, inestable eso sí, de Alberti. El marinero en tierra nunca perdonó a su compañero de oficio los cuernos que le regaló y sin excesiva imaginación comenzó a llamarle "el pastor panocho", aunque no era murciano sino alicantino.

De esa época procede también su amistad con José María de Cossío, ferviente derechista y gran difusor de la obra de Hernández. También le contrató como redactor de su magna obra Los Toros. Gracias a ese trabajo (por el que no iba mucho), Miguel Hernández pudo dedicarse a escribir y frecuentar los ambientes bohemios del Madrid republicano, en los que siempre fue un extraño. Él estaba más cómodo en el monte, con las cabras y el viento, pero no quería volver a Orihuela porque su padre, que no entendía sus "debilidades políticas", le consideraba acomplejado e influenciable.

Hernández vivía casi siempre en la miseria y tuvo que afrontar el fusilamiento de su suegro, el guardia civil Manuel Manresa, otro católico integral, por milicianos republicanos. Sin embargo, Miguel era un hombre de ideales y abrazó el comunismo. Lo hizo acríticamente, de manera superficial y sin mucho sentido teórico, empujado como muchos otros por las injusticias sociales y el tradicionalismo de una gran parte de la Iglesia católica perseguida ya con saña por anarquistas, socialistas y comunistas.

En 1939 fue detenido y encarcelado, pero un cardenal medió por él a instancias de Neruda y le liberaron. Sin embargo, su inexplicable resentimiento anticlerical le alejó definitivamente de sus amigos católicos, aunque no de Dios. Poco tiempo después fue detenido de nuevo y condenado a muerte, pero Cossío y Almarcha (más tarde obispo de León) lideraron un grupo de presión ante el mismo Franco y le conmutaron la pena. Murió de tuberculosis en la enfermería de la prisión de Alicante en 1942.

Las biografías recientes, sobre todo actualizadas en 2010 con ocasión del centenario de su nacimiento, oscurecen a sabiendas la ayuda humana y espiritual que Hernández recibió de los católicos durante toda su vida. 

De hecho, menos de un mes antes de morir se casó por la Iglesia en la cárcel. Los historiadores de izquierdas lo atribuyen a un indemostrable deseo del poeta de satisfacer a su mujer, Josefina Manresa, su Beatriz particular, con la que tuvo dos hijos.

Precisamente son los descendientes de uno de ellos los que se empeñan en remover la tierra en la que descansa (o eso intenta) su ilustre antepasado, Miguel Hernández, convertido ya en otro ejemplo de manipulación histórica... y empecinamiento familiar.

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