miércoles, 1 de julio de 2009

Eterno Peter Pan

En 1950 Billy Wilder rodó una obra maestra. Ya lo había hecho antes con Perdición y lo volvería a hacer más tarde con El apartamento, pero en 1950 Wilder alcanzó una de sus cimas como director y guionista con El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard en el original, que es un paseo de la ciudad de Los Ángeles).

En esta película –donde la protagonista Norma Desmond vive aislada en un viejo caserón con la única compañía de su fiel criado Max– Wilder realiza una crítica venenosa a los excesos del mundo del espectáculo y reflexiona sobre el paso del tiempo, los egos inmensos y el desesperado intento de recuperar el esplendor perdido.



Su protagonista fue la estrella del cine mudo Gloria Swanson, reina sin corona de la Paramount y amante de Joseph Kennedy, el padre del presidente JFK, también aficionado a las actrices, pero más bien rubias.

Todo esto me ha venido a la cabeza al conocer el desgraciado final de Michael Jackson, que ha muerto en Los Ángeles solo y demente. Vaya por delante que nunca ha sido santo de mi devoción, aunque recuerdo con agrado el impacto de su video Thriller y las miles de veces que se pudo oír la canción en la radio. Yo tenía 11 años, Jackson apenas 24.

La historia posterior es bien conocida, más en estos días agitados en los que se van conociendo espeluznantes detalles del estado físico del artista. Al parecer pesaba 51 kilogramos, estaba calvo y esquelético, atiborrado de pastillas y con cicatrices de trece operaciones estéticas. Por lo menos trece

Vivía solo, como la Norma Desmond de Billy Wilder, y había cambiado al mayordomo por un médico que le facilitaba todo tipo de fármacos para las dolencias que dicen que tenía. Es muy posible que, como otras estrellas, Jackson fuese un enfermo imaginario, víctima de sus delirios, de sus manías y, quizá, de sus perversiones, las mismas que han sido aireadas hasta la náusea.

Sin embargo, Michael Jackson hacía tiempo que estaba muerto. Lo fueron matando entre todos desde que siendo niño se convirtió en una máquina de hacer dinero. Primero con sus hermanos y más tarde en solitario. Hasta tal punto fue rico que llegó a tener un patrimonio de 1.500 millones de dólares, pero deja deudas por casi 400.

Lo mató su padre, Joe, que le robó la infancia en jornadas agotadoras de grabación y giras. Lo mató la discográfica Motown, que le exprimió como un limón. Lo mató la madre de sus dos hijos mayores, la misma que ahora dice que no son de Jackson, si no de un donante anónimo. “Me inseminaron como a una yegua” ha confesado con una crudeza despiadada.

Le mataron también sus hermanos, los mismos que no se hablaban con él, y también algunos de los niños que vivían con él en el rancho Neverland. Rectifico: los padres de esos niños, los mismos que le demandaban por pederastia y que después llegaban a acuerdos extrajudiciales multimillonarios y se “olvidaban” de su deseo de verle entre rejas. Por ejemplo, la familia de Jordan Chandler, que recibió 22 millones de dólares en 1993 después de filtrar a la prensa que Jackson abusó de él. Fue el primer escándalo y el inicio de un declive concretado en su adicción a los calmantes. Esta semana, con el rey del pop ya muerto, Jordan Chandler ha confesado “Michael Jackson no me hizo nada malo, todo fueron mentiras de mi padre para escapar de la pobreza”.

Y él mismo se mató. También él. Eterno Peter Pan incapaz de crecer, de madurar, de asumir que era negro y millonario y mortal. Rodeado de una corte de aduladores que le han llevado a la tumba. Descanse en paz.


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