viernes, 15 de mayo de 2009

El inca que quiso ser mago

Martín Chambi era un campesino pobre del lago Titicaca, hijo y nieto de unos campesinos aún más pobres que él. Su lengua materna fue el quechua y su sentencia de vida ser un indio explotado en las minas de oro del Perú.

En esas jornadas agotadoras, piqueta en mano y miseria en el alma, Chambi conoció a un hombre blanco que hablaba una lengua extraña. Parecía un brujo con sus artefactos de varias patas y una varita mágica que explotaba y echaba humo. A los pocos días, el hechicero volvía a las minas con unos papeles en los que salía Martín y sus compañeros de esclavitud, pequeñitos y sonrientes. Luego supo que eso eran fotografías y que el brujo trabajaba para la Santo Domingo Mining Co., multinacional propietaria de la vida de Martín

Ese encuentro con el inglés encendió en él una chispa desconocida que se le metió en las entrañas para no salir jamás. “Yo quiero hacer esa magia”, pensó el indio Chambi, que decidió entonces engañar a su destino y poner rumbo a Arequipa, ciudad donde había fotógrafos notables, todos peruanos, artistas con un estilo propio y una técnica esmerada. Al menos, todo lo esmerada que podía pedirse en 1908.

En ese tiempo, el Perú vivía el optimismo turista y el interés por las excavaciones arqueológicas. Pero la locura y el dinero llegaron apenas tres años más tarde, cuando un profesor americano descubrió lo que los cuzqueños ya conocían de sobra: la ciudadela de Machu Picchu.

Martín, que trabajaba entonces como ayudante de un fotógrafo comercial, sintió verdadera fascinación por el descubrimiento, que le devolvía a los cimientos de su raza. Pero él era un fotógrafo de blancos, no un señorito limeño que vivía de las rentas, así que volvió a poner los pies en la tierra y siguió fotografiando bodas, políticos y fiestas populares, siempre a las órdenes de su jefe y maestro, Max T. Vargas.

Su vida, sin embargo, custodiaba otra sorpresa, un meandro más, inesperado, que le llevó a la redacción del diario La Crónica, donde necesitaban un fotógrafo para sus noticias locales. Entonces saltó de nuevo el resorte que una década antes le había dado la libertad. Y surgió el gran Martín Chambi, el fotógrafo indígena, el genio, el mago del costumbrismo que hacía arte al retratar a una familia de indios con su cosecha de papas o a las niñas del equipo de baloncesto del Sagrado Corazón de Cuzco.

Pero su sueño, tenaz, aún revoloteaba en la mente, una condena ancestral en blanco y negro llamada Montaña Vieja (esa es la traducción de Machu Picchu) y su templo de las Tres Ventanas. Así que en 1924 lo recogió todo y, acompañado por Juan Manuel Figueroa, se instaló en las ruinas para fotografiarlas. Así nacieron las primeras imágenes del Templo del Sol, la piedra Intihuatana o la Escalinata de las Fuentes, que pronto fueron compradas por la National Geographic Society y divulgadas por EEUU y Europa para sorpresa y gozo de medio mundo.

Martín Chambi murió en 1973. Así que no llegó siquiera a atisbar la fama que alcanzaría su obra. Una obra expuesta en el MoMA de Nueva York, en Zurich y en París y del que Vargas Llosa escribió “Chambi se volvía un gigante cuando se ponía detrás de una cámara, una verdadera fuerza inventora, recreadora de la vida”.

Lo más fascinante del indio Martín Chambi es, sin embargo, haber hecho realidad su sueño. El sueño de un inca que quiso ser mago.

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