lunes, 19 de mayo de 2008

La piedra


31 de enero de 1987. San Sebastián. El velódromo de Anoeta lleno hasta la bandera para ver la prueba ciclista de las Seis Horas de Euskadi. En el programa, sin embargo, hay también una prueba de deporte rural vasco: levantamiento de piedra. Y apuestas. Como siempre.
En uno de los de intermedios, mientras los ciclistas se preparan para la siguiente carrera, un mocetón navarro se dispone para afrontar un desafío milenario, el encuentro del hombre y la tierra, la tradición, la memoria.

En silencio, el levantador se acerca con parsimonia a su destino, una piedra cúbica de granito puro, 300 kilogramos. Nadie antes podido alzar sobre su cuerpo semejante mole, trabajo hercúleo, reto ancestral.
Se hace el silencio e Iñaki Perurena mete sus manos en las grietas y dispone la piedra adecuadamente, apoyada sobre las rodillas, con las muescas de agarre hacia abajo. Como en un baile atávico el levantador inclina su cuerpo y dobla la columna vertebral con fuerza, hasta tal punto que parece que es la piedra la encargada de alzarlo a él.

Sin embargo, todos saben que no es así y que es Iñaki el que se agarra con firmeza, todo su cuerpo en juego, hasta que consigue levantar unos centímetros la piedra, lo suficiente para que esta deje de tocar el suelo y comience su ascensión de los pies a la cabeza.

En vilo, la concurrencia retiene el aliento. El momento es crítico, primario, temible. La piedra está a punto de girar sobre su eje y dar una voltereta imposible sobre la musculatura abdominal de Perurena: la parte de arriba quedará abajo y la de abajo pasará a las alturas. Parece simple, pero no lo es, así que el levantador permanece en cuclillas para no perder el equilibrio.

En ese instante se funden en Perurena todos los atletas de la Historia, desde el discóbolo de Mirón al legendario Arteondo, que levantó piedras por las plazas de toda Vascongadas, el primero en sacar a las calles un desafío prehistórico. Pero eso a Perurena no le importa. Él sigue concentrado en su piedra, 300 kilogramos y una plusmarca eterna.

Entonces se decide a liberar las manos, alternativamente. Primero levanta la derecha, después la izquierda. Ahí es cuando Perurena se abraza al pedernal como si fuera una moza casadera. De Leitza, claro.

En ese momento todo el peso de la mole pasa de sus piernas a sus brazos, convertidos ya en dos amarras. Iñaki se yergue como un oso pirenaico, echado hacia atrás, los ojos en el cielo y la sangre caliente, trescientos kilogramos de granito sobre su tronco y los riñones prietos como puños.

Llega el momento cumbre, el tercer y último tiempo, la subida de la piedra al hombro. El pecho es ya una rampa y los músculos se tensan hasta su límite, a punto de reventar por el esfuerzo. Sin embargo, Perurena se detiene un instante, apenas un suspiro, ajeno a todo lo que le rodea. Entonces grita de esfuerzo, mientras empuja la piedra hacia arriba con pequeños saltos y un balanceo que le ayuda a deslizar la mole.

Es el éxtasis, la gloria, el record mundial de levantamiento. Las gradas aúllan y aplauden y se vienen abajo con gritos de júbilo, abrazados unos a otros por la plusmarca, por el espectáculo, por el dinero ganado en las apuestas.

Han sido diez segundos para la Historia, de fuerza sobrehumana y técnica infalible. Diez segundos de leyenda griega en Donostia. 300 kilogramos. La piedra.

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