viernes, 23 de noviembre de 2007

Un alma valerosa

Gracia es diferente. Siempre lo ha sido, eso lo saben hasta en La Habana. Ya desde pequeña –cuando deslumbraba a unos y otros con sus ocurrencias– tuvo la rara habilidad de volver loco a medio mundo. Por eso el castigo que más temía era estar quieta en una silla. Bastaban un par de minutos “sentada y sin moverse” para que comenzara a hervirle la sangre. Entonces saltaba como un muelle, dispuesta a comenzar –de nuevo y lo antes posible– la conquista del mundo, que es su pasatiempo favorito.

Gracia (que pertenece a un clan gallego y fecundo) es un rabo de lagartija, una centella, un terremoto. Si pasas mucho tiempo a su lado corres el peligro de recibir un encargo inesperado o, peor aún, de verte envuelto en alguno de los proyectos que zumban en su cabeza, que son infinitos.

Según ella tenía que haber estudiado Periodismo. Según su padre no. Jamás. Nunca. Un talento como el suyo no podía perderse así. Él, empresario acostumbrado a la incertidumbre, aspiraba a algo más seguro y brillante. Por ejemplo, que fuera catedrática (de universidad) o, ya puestos, registradora (de la propiedad). Esa era la novela paterna: tener una hija opositora. Verla casada y con niños. Serena. Feliz.

Como ocurre casi siempre, la realidad y el deseo no se encontraron. Ella, indomable, prefería ser corresponsal de guerra, seguir soltera y hacer justicia con sus crónicas. Tampoco pudo ser, así que el resto de la familia se acomodó para presenciar el choque de trenes. Gracia, avispada, terminó por asumir que no iba a ganar a su padre en terquedad, de modo que optó por llegar a acuerdo. Estudiaría Derecho e, incluso, podría doctorarse –cosa que logró y olvidó al minuto siguiente–. Punto final a las concesiones.

Desde ese momento, hizo lo que le dio la gana. “Como siempre”, dicen en su casa. Sólo que ahora sin disimular. Entonces colgó la toga que nunca llegó a vestir y cambió un futuro ilustre como abogada por un ideal: mejorar el mundo, siquiera un poquito. Desde ese instante se dedicó en cuerpo y alma convertir sus utopías en realidades. Poco a poco lo está consiguiendo en una pequeña institución que va camino de ser grande: la Fundación CUME (www.fundacioncume.org) de la que es directora.

CUME es una ONG de cooperación internacional. Sus prioridades son la promoción de la cultura y la mujer porque –dicen– en ellas se basa el desarrollo de los pueblos. Tienen pocos medios, pero sus fines están claros: promover la justicia y la paz. De Argelia a Guatemala, del Congo a Cuba, países en los que ya están presentes. En Costa Marfil, por ejemplo, ayudan a las familias desplazadas por la guerra y en Costa Rica buscan alternativas a la prostitución y al aborto. También enseñan técnicas textiles o cómo construir una casa, mientras que en España se centran en la concienciación y el voluntariado.

La lista sería interminable, aunque a Gracia Regojo siempre le parecerá corta. En una ocasión, que ella no recuerda, le oí decir “Este mundo es muy pequeño para las cosas que sueño”. No me extraña, la entiendo. También la entiende su padre, el mismo que cada vez que comenzaba un proyecto decía “Soñad y os quedaréis cortos”. Ella, obediente por una vez, sigue soñando con empeño junto a su equipo de la Fundación Cume.

Por cierto, “Cume” quiere decir “cumbre” en gallego. Lo que Gracia ignora es que la verdadera cumbre es ella.

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